El experto vendrá a Chile para participar en un seminario financiero organizado por PICTON y “El Mercurio” el próximo miércoles 24 de septiembre.
Timothy Geithner no es banquero ni economista. Esas son dos de las falsas ideas que el ex Secretario del Tesoro estadounidense se esfuerza por aclarar.
Pero su nombre sí está ligado a ser uno de loa autores del mayor salvataje financiero de la historia. Durante su gestión como presidente de la historia. Durante su gestión como presidente de la Reserva Federal de Nueva York, Geithner, junto con Ben Bernanke, presidente de la Fed, y Henry Paulson, entonces secretario del Tesoro, diseñó el plan para salvar y vender Bear Stearns, mantener en pie AIG y dejar caer Lehman Brothers. Sus críticos aún creen que esta última decisión desencadenó la crisis y consecuente recesión.
Geithner estará en Chile en dos semanas más para participar el próximo miércoles 24 de septiembre en un seminario organizado por PICTON y “El Mercurio”, donde analizará la coyuntura económica global y será entrevistado por el ex ministro de Hacienda Felipe Larraín.
En enero de 2009, ya asumido como secretario del Tesoro, Geithner fue responsable del Trouble Asset Relief Program (TARP). El plan inyectó US$ 750 mil millones en el sistema financiero estadounidense, en una de las medidas más cuestionadas hasta hoy. Algunos criticaron que el programa, que incluía medidas de estímulo fiscal, era muy chico; otros dijeron que era demasiado, y que básicamente premiaba a la banca.
Seis años después, Geithner enfrenta una y otra vez la misma pregunta: “¿Por qué no usar ese dinero para ayudar a los estadounidenses?”. Ahora, en un tono más relajado, Geithner responde que sí, que el TARP fue precisamente para ayudar a los estadounidenses, porque si el sistema colapsaba, se hubieran perdido mucho más empleos.
“En una situación de pánico financiero tienes que suspender, al menos temporalmente, tus impulsos más naturales y concentrarte en mantener a flote el sistema y evitar su colapso”, ha repetido Geithner, en sus recientes apariciones públicas.
Graduado del Darmouth College en 1983, a excepción del idioma chino, el joven Geithner no tenía un verdadero interés en los estudios, ni sobre su futuro. Contrario a lo que se piensa, no estudió economía. Sus títulos académicos se centran en “Estudios asiáticos”. “(En la universidad) sólo tomé una clase de economía, y la encontré especialmente poco interesante”, escribe en Stress Test, el libro que publicó en mayo -sobre el que profundizará en el próximo seminario en Chile-, que más que un recuento de la crisis, parece como un intento por explicar sus acciones.
Su mea culpa
“Nunca encontramos una forma efectiva de explicar a la gente lo que estábamos haciendo y por qué lo hacíamos. Salvamos la economía, pero perdimos al país en el camino”, escribe Geithner, y confiesa que su libro quiere ofrecer esa explicación. En el texto aborda su experiencia como regulador, pero también enfrenta abiertamente la presión de Washington y los sacrificios familiares que implicó su cargo.
La familia es un tema importante para Geithner. Cuando se casó con su esposa Carole, en 1983, lo hizo en el jardín de su casa, con su padre como padrino. Eso explica que una buena parte de su libro esté dedicado a lamentar los momentos perdidos con sus hijos Elise y Ben.
A pesar de la oposición familiar, Geithner aceptó el cargo de secretario del Tesoro. Su elección, en enero 2009, tomó a muchos por sorpresa, pues se esperaba que el recientemente elegido Presidente Barack Obama nombrara a su mentor, Lawrence Summers. Geithner asegura que hasta él mismo se sorprendió por su nominación. “Yo no era un banquero, un economista; ni siquiera un demócrata. Yo era un independiente sin un gran perfil público, y el que tenía no era precisamente uno que coincidía con el mensaje de cambio y esperanza del estilo de Obama”, recuerda.
Geithner era conocido entonces como el “protegido” de Summers y de Robert Rubin, quien luego fuera presidente de Citigroup. Geithner sembró una fama de “hombre de Wall Street” que lo acompaña hasta hoy, sin que haya trabajado en un banco. Beneficiado por crecer en una familia de élite (su padre es uno de los fundadores de la Fundación Ford), recién graduado fue contratado por la oficina de consultoría de Henry Kissinger como analista para Asia. Tres años después se unió al departamento de Asuntos Internacionales del Departamento del Tesoro. Por eso a Geithner le gusta repetir que casi toda su carrera la he hecho en el servicio público.
Pero pocos le creen. El problema es que Geithner, autodefinido como tecnócrata, parece más un banquero que un político. Puede que sea una combinación de sus trajes a medida, corte de pelo impecable y estado físico propio de quien termina noveno en una triatlón –o el tono monótono con el que responde a preguntas y ataques directos-, el cual carece de esa empatía con la que los políticos intentan permanentemente conquistar votos.
El Geithner que habla ante las cámaras aparece inseguro, como si no creyera en sus propias palabras, muy distante de la figura cercana y franca que aparece en las páginas de su libro.
El 4 de febrero 2010, Geithner se reunión con el entonces ministro de Hacienda, Andrés Velasco, en Washington. Tras el encuentro dieron una rueda de prensa conjunta. Geithner felicitó a Chile por sus logros económicos y el manejo del impacto de la crisis financiera. La prensa local lo batió a preguntas. Pero Geithner contestó escuetamente a cada una. Nada en su cara permitía advertir el caos que se vivía en ese mismo momento en Wall Street, donde los mercados caían más de 3%, esta vez asustados por la crisis de deuda europea.
Felipe Larraín también coincidió con él en su cargo, y destaca la tranquilidad permanente de Geithner. “Desarrollamos una excelente relación personal. Tengo la impresión de una persona muy capaz, honesta y dedicada, que resistía la presión con una tranquilidad inusual”, dice.
Pero esa tranquilidad le costó caro políticamente: la administración de Obama fue acusada de traicionar a los trabajadores, afectados por una economía en recesión. Pero aunque asegura que prefiere estar detrás del escenario, Geithner se ha embarcado en una campaña para convencer a los estadounidenses de que él, Obama, Bernanke y Paulson hicieron lo correcto. Y que puede que no haya sido la solución perfecta, pero evitó –asegura- que la crisis se convirtiera en otra Gran Depresión.